Una de esas noches de verano, donde sentís que irte a dormir es el peor pecado y el mayor castigo para tus sentidos fue la última noche de Robotech, un pibe que a veces paraba con nosotros solo para compartir algunas pastillas y al que le hacíamos pagar a cambio al menos 4 o 5 Quilmes en el quiosco del pelado Camorra.
Esa también fue nuestra última noche juntos y a partir de ahí nuestros destinos de dispersaron y no volvieron a cruzarse.
ET, Claustro, el Colo y yo teníamos 20 años, el gordo Tormentor 25 y Fuercita no llegaba a su fiesta de 15.
Esa noche salimos a dar vueltas sin rumbo fijo, solo caminar, mirar culos de putas que no podíamos pagar y parar en algún quiosco a beber alguna cerveza, Robotech llegó cuando estábamos en el quiosco de floresta, donde parábamos cada tanto. Nos dijo de ir para Caballito que tenía un amigo en un bar, de esos de mala muerte, y que seguro nos iba a habilitar unos cuantos pelpa de sal de anfetas, Fuercita se tenía que ir a la casa porque ya era muy tarde, el gordo Tormentor le dijo que se deje de joder que después iban juntos y se quedó sabiendo que los viejos le iban a pegar mas de un grito cuando llegase pero no le importó, a nosotros tampoco.
Compramos unas botellas en una estación de servicio y nos fuimos caminando y emborrachándonos cada vez más en la medida en que pasaban las cuadras. En un momento paramos y Claustro se pone a vomitar mientras el gordo Tormentor meaba en la puerta de un edificio “¡Vení boludo, lanzá acá así le damos trabajo al portero mañana!” decía el gordo, “Huy...meo y se me para la pija, no me la puedo ni tocar, es tan sensible, siempre quiere que la sacuda un rato la muy puta!”. Yo me limitaba a reírme y continuar bebiendo de la botella de Gin barato que compramos y a la que le metimos algunas Roche. Cuando quisimos acordar estábamos todos sentados en el cordón de la vereda y caen un par de patrulleros, se bajan 8 canas armados hasta los dientes, a los gritos como si fuéramos delincuentes escapados de una cárcel de máxima seguridad, nos ponen contra la pared y mientras nos insultan, patean y apuntan con sus armas llaman por la radio “Me parece que son estos los cacos, los agarramos…”
Nosotros ya estábamos acostumbrados a ese maltrato como la vez que en un solo día caímos 6 veces en cana cuando íbamos a un concierto de Nepal en Arlequines pero Robotech no, ya que solo algunas veces pateaba con nosotros y estaba muy nervioso y asustado.
Uno de los canas me dice “¿Ustede son los que chorearon el quiosco no?” “Puto, son todo puto, trolo, drogone, maricone”.
Como en otras oportunidades, uno se callaba la boca mientras pensaba “Cana del orto, no servís para otra cosa parasito uniformado y en vez de buscar delincuentes te la agarrás con nosotros, cagón, igual que tus putos viejos”
Por fuera era lo mismo de tantas veces:
“Que pasa…no hicimos nada…estábamos tomando una cerveza…no hicimos nada malo…el, señalando a Claustro, está descompuesto...”
“Callate… maricón… melenudo de mierda...puto...donde está la guita del quiosco?”
Uno de los canas, el que seguramente tenía mi edad y al que la gorra le quedaba grande, estaba nervioso, seguro era una de sus primeras salidas y sostenía el arma que daba miedo, le temblaba la mano y no hablaba, le estaba apuntando a Robotech mientras que los demás se estaban encargando de nosotros, un cana gordo, de esos que hace años no se ven el pito cuando van a mear me apuntaba con la Itaka, tenía el caño tan cerca que por momentos rozaba mi cabeza. Eso no me preocupaba ya que era parte del ritual de demostración de poder del que hacían alarde permanentemente. Ya lo habían hecho otras veces y lo volverían a hacer otras tantas putas veces mas.
En eso escucho un disparo y el cana que me apuntaba grita “¡que hiciste pelotudo!” giro la cabeza y veo a Robotech en el piso, con la cabeza llena de sangre y parado, al lado de el, el cana pendejo, paralizado y blanco como la nieve sosteniendo el arma que había efectuado el disparo mientras los otros policías corriendo de acá para allá gritando y pidiendo una ambulancia por la radio se olvidaron de nosotros y nosotros nos olvidamos de nosotros mismos para perdernos durante casi 20 años.